Hoy quiero dedicarle unas líneas a The Cure, la banda que me daba miedo de niña porque los juzgué, y los juzgué mal. Supuse que un tipo con los pelos largos, ropa negra y delineador, era líder de una banda gótica, cuando muchas de sus letras dicen todo lo contario.

The Cure lleva 43 años como banda y creo que nunca van a pasar de moda, con todo y los kilitos de más de Robert Smith y que algunos miembros ya no viven –recientemente su ex baterista, Andy Anderson-, son de esas bandas que se han convertido en un clásico, y que este 20 de marzo ingresarán al Salón de la Fama, por fin.

¿Quién no ha escuchado sobre The Cure? Era un nombre recurrente, en mi infancia, en mi pubertad. Y un día, viendo Los Premios MTV de 2007, eran la banda que recibiría el premio a la trayectoria y decidí ver el show. ¿De qué me había perdido tanto tiempo? Embonaron muy bien con mi playlist del momento, ya en mis inicios de la etapa emo.

Desde ese momento comencé a escucharlos, y como la romántica inevitable que soy, mis momentos más sad de la pubertad fueron musicalizados con Pictures Of You, Plainsong, Lovesong, y tantas otras que aún escucho y revivo aquel tiempo.

Por aquellos días gastaba mis domingos y mis peticiones de cumpleaños en discos, y Disintegration no pudo faltar en mi colección, aún descansa en mi repisa, seguramente rayado por tanto ponerlo en mi grabadora, que seguro volveré a usar en estos días, por el simple gusto de revivir el momento… y vaya que me siento vieja al estarles contando esto.

Creo que Smith es uno de los músicos, compositores y sobre todo intérpretes más importantes del siglo, con ese tono que parece queja pero se traduce en puro sentimiento, y que lo mismo te lleva al fondo del abismo con A letter to Elyse, como te hace saltar por toda la casa cantando Friday, I’m in love.