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Desayunando con New Order

ANDRÉS VARGAS - Periodista

(Twitter: @btxo)

 

 

Quienes alguna vez escribimos –o seguimos escribiendo– sobre música guardamos una similitud y una diferencia. La primera es que todos somos unos cretinos que creemos tener la razón; la segunda, la que nos diferencia, es que los cretinos que escribimos de música nos dividimos en dos clases: los que tenemos la razón y los que no, esto es los analistas y los cronistas.

El cronista te describe el paisaje físico y el analista te describe el paisaje sonoro. Y, en todo caso, hablando de música, lo que importa son las pinceladas de las notas conjugadas y a lo que esto te remite; el decorado externo puede ser de cualquier forma, no obstante, como señala David Byrne en su libro How Music Works, el entorno y la compañía pueden cambiar tu perspectiva alrededor de una canción.

Uno de los peores vicios en que un periodista musical puede caer es en la yuxtaposición del gusto personal con el texto que está redactando. De ahí que aquellos que 'mueren' por un guitarrazo tipo Deep Purple, o más al estilo campiña de Creedence Clearwater Revival, sientan los principios de una intoxicación cuando escuchan un track electro en el cual no advierten aquel guitarrazo épico que alimenta sus ansias. La razón de ello deriva del entorno cultural en el que fueron desarrollándose, si es que dicho término resulta adecuado porque en la mayoría de los casos no existe desarrollo ni madurez musical. Al menos en México.

Durante una de esas estancias prolongadas en las que paseaba en Los Ángeles, California, fui a dar a un tributo a The Smiths que incluía una sesión de autógrafos con el mismo Johnny Marr. Lo interesante del evento, más allá del patetismo de las bandas que pretendían sonar y vestirse como The Smiths, radicaba en la concurrencia tan homogénea y en que Marr, a quien pocos hacían caso, esperaba el momento justo para salir huyendo de ahí, recargado en la barra y bajando a sorbitos un vaso de limonada mineral.

La universalidad musical de The Smiths permitía que bajo su logo se agrupara una estrafalaria serie de engendros de todos los géneros posibles: mods, punks, yuppies, electro, cyberpunks, poperos, ochenteros, etcétera… También había chinos, hay un chino en cada metro cuadrado del mundo. Todo ello me resultaba interesante mas no sorprendente porque en Estados Unidos y el Reino Unido existe más tolerancia hacia otros géneros musicales siempre y cuando no se trate de metaleros y raperos. En México no es así. Tal parece que el género musical preferido obra como una coraza que uniforma el cretinismo del que hablábamos anteriormente. No por nada a Fobia se les tachaba de fresas aún cuando su sonido y su concepto lírico fuesen más densos que los de cualquier agrupación urbana como, digamos, El Tri.

Alguna vez, en una de esas sesiones solitarias de mezcal+YouTube, colgué en Facebook un video de los belgas Front 242, punta de lanza de la andanada Electronic Body Music, que tenía como introducción una escena de la telenovela juvenil californiana Beverly Hills 90210, y añadí como explicación justo eso: que en EU la apertura musical era más amplia que en México. De inmediato me tacharon de fresa, niñato e insensato a pesar de la evidencia. En efecto, Front 242 formaba parte del soundtrack de aquella telenovela y mis detractores no supieron más que reaccionar con odio. Para agriarles más la noche, les demostré que también formaba parte del OST la banda post Bauhaus llamada Tones On Tail (que en realidad era Bauhaus sin Peter Murphy) y que practicaba una especie de género bastardo entre el post punk y un electro oscuro y cáustico.

La maleabilidad del electro, en todos sus subgéneros, le permite adecuarse a cualquier clase de escena, embrollo, antro o auditorio principalmente porque las bases sobre las que está fincado recurren a la honestidad y la simplicidad de ir colocando capas de sonido en las que ninguna destaca más allá de la percepción personal del escucha. En muchos casos, los cambios de ritmo no se gestan en la base del track, como sucede en el rock básico de 4x4, sino en las texturas y figuras que van dibujando escenas mentales acordes al sentimiento que tratan de dibujar. En ese caso, disparar guitarrazos en un track electro corresponde más a continuar una secuencia que a destacar el “solo” porque cabe en un espacio difícil de llenar de manera creativa y, en el caso del electro, nos referimos a porciones evolutivas y secuenciadas a base de samplers. Como ejemplo tenemos a Ministry, KMFDM, Revolting Cocks o My Life with the Thrill Kill Kut.

H. P. Lovecraft señala en sus libros que se teme lo que se desconoce. De ahí que el electro en todas sus variantes sea vilipendiado y alienado por la fauna afanosamente rockera (terrible término éste) a causa de su desconocimiento y de la negación ante la apertura a géneros más complicados.

Por otra parte, la flexibilidad del electro en muchas ocasiones no permea a sus adeptos por la misma razón. El que un track de Front 242 o Tones on Tail aparezca en una telenovela norteamericana, y peor, de ricachones de Beverly Hills, parece una afrenta a sus más hondos principios, cuando en realidad debería ser vista como un triunfo. Cuando Renton, el protagonista de Trainspotting, baja a desayunar con los padres de su novia repentina en Escocia después de una borrachera monumental y una sesión de sexo frío, los enterados podemos admirar cómo los padres de la chiquilla desayunan en un comedor escocés típicamente estrecho y frío escuchando a ¡New Order! Eso debería ser factor para bajarle unos grados al cretinismo.

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