La primera vez que abordé un tren en mi vida fue en dirección a Sheffield, Inglaterra. Sí, a Sheffield, una ciudad que no tiene mayor atractivo turístico, pero acuna la vida de uno de los frontman más enigmáticos de la actualidad, Alex Turner, Èl fue la razón de mi visita.

Recorrí las calles buscando un encuentro milagroso (que no ocurrió), caminé horas palpándome de vida hasta que sentí esa melancolía alegre que Turner usa en sus letras. En ese momento supe que su genialidad era el reflejo de sus recuerdos adornados de acordes y ocurrencias agudas.

Lo busqué, llegué a un bar de marinos claramente jubilados y pregunté por él, con unas cervezas en el cuerpo me dijeron que ya no se veía ningún integrante de Arctic Monkeys en Sheffield, que viven en Estados Unidos y continué caminando.

Siempre me ha llamado la atención la forma que Turner maneja su fama, alejado de toda controversia y red social, algo así como Sheffield, bajo perfil dentro de lo posible.

Ya de regreso en el tren y luego de mi frustrada visita pensaba en Alex y sus años en la ciudad, en sus vivencias y recuerdos que ha logrado calcar en grandes canciones, llevando la sensibilidad común a multitudes, porque adolescentes son y fuimos muchos, sufriendo por amores no correspondidos, impulsivos de madrugada y omnicientes en nuestro propio mundo.

La fórmula perfecta que puede hacerte corear el dolor a todo pulmón y bailar eufórico el desamor junto a miles de personas, porque no estás solo, ni loco... Sólo es la vida que adolesce.