Hoy en día, al menos en la ciudad donde vivo, está cañón salir un sábado en la noche a tomar algo y encontrar lugares con buena música. Por eso, el día que cerraron el único pub decente, se acabaron mis salidas nocturnas.
Ayer tuve la oportunidad de ir a un club de jazz, lo que me entusiasmó mucho (al fin, un lugar sin banda, reggaetón o electrónica, yei), y fue una experiencia bastante reconfortante.
Los buenos tiempos de la música en vivo se quedaron en otras décadas, muy pocos se dedican a interpretar jazz, blues o funk porque la gente ya no consume esas cosas, al menos no a nivel local, por lo que encontrar este tipo de lugares es como buscar una aguja en un pajar.
Fabiola, una joven cantante con una impresionante voz, se encargó de revivir a Aretha Frankiln, Janis Joplin o los Bee Gees con sus versiones acompañadas de piano, sax, bajo, guitarra y percusiones, transportándome por primera vez desde hace mucho a otra época en la que me hubiera gustado vivir solo por la música, haciendo que todos los comensales se pararan a bailar y cantar.
Quizá no les importe mucho mi salida este fin de semana. A lo que voy, es que la música y sus distintos géneros tienen esa capacidad de hacer que tu mente viaje en el tiempo y de que te sientas ahí, a través de la voz y el talento de músicos jóvenes que conocen de lo bueno, lo versionan y lo toman como punto de referencia para sus nuevas creaciones.
Yo creo que cada quien tiene diversos gustos y preferencias, pero uno de los géneros que acomoda, agrada y relaja a casi todos, es el jazz y cómo cada intérprete se apropia de sus piezas.