ANDREÍNA GONZÁLEZ - Music business y columnista
(Twitter: @ninagonzalez85)
Una de las primeras cosas en las que pensamos cuando nos viene la palabra banda a la mente, sin que sea pecado pensarlo, es en que conseguiremos a 3, 4 ó 6 personas con características totalmente diferentes que hallarán en su audiencia potencial, algún tipo de recall gracias a esto.
Puede pasar, como puede que no. Naturalmente, si en tu casa aún tienen la fortuna de ser 2 ó 3 hermanos, te darás cuenta que tú nunca serás igual a tu hermano, ni éste a ti, pese a llevar el mismo apellido y tener algunas obligaciones comunes con el hogar.
Nuevamente, pensar en este aspecto como algo que hay que tener presente al momento de formar una banda, puede caer en lo acartonado y no precisamente en el elemento que les dará el éxito o, vaya, la aceptación del público al que van.
Hoy, quiero compartirles dos ejemplos en tres momentos: ambos ejemplos son a uno y otro lado del Océano Atlántico y, al final, nos muestran, que no siempre, pensar en la personalidad del músico o músicos, será el elemento que permitirá al empresario hacerse de una banda exitosa.
Comencemos con una historia cercana a nosotros. Corría el año de 1954 y Sam Phillips tenía una idea: “Si pudiera encontrar a un blanco que tuviera un sonido negro y un sentimiento negro, podría hacer mil millones de dólares.” Hablamos de una época en la que las diferencias raciales estaban a la orden del día, pero cuando trabajas para la música, esperas que tu producto pueda llegarle a la mayor cantidad de personas.
Por esos días, un joven Elvis Presley visita los estudios de SUN Records, en Memphis, Tennessee (EEUU), para prepararle un regalo a su madre. Eran tiempos en los que, si tú querías grabar un disco para regalárselo a alguien, ibas al estudio, lo rentabas y terminada tu grabación, esperabas unos días y tenías tu disco grabado.
Elvis había visitado los estudios en un par de ocasiones, pero no había llamado la atención de Sam, hasta que un día ocurre el milagro del millón de dólares. Phillips había encontrado la persona ideal que le haría triunfar en su cometido. Con él, dura poco tiempo, ya que le traspasa el contrato a la RCA y se gana su millón de dólares.
1958 marca el año en que Elvis se une al Servicio Militar. Sin embargo, los sonidos del Rhythm & Blues, del Rock ‘n Roll y del Rockabilly son ahora la fascinación entre los jóvenes nacidos en tiempos de postguerra y ¿por qué no? la oportunidad perfecta para darle voz, sonido y acción a un cúmulo de inquietudes de esta nueva generación sobre cómo debía ser la vida y cómo vivirla.
En 1959, Michigan (Detroit, EEUU) es un hervidero de nuevos talentos y surge un nuevo nombre dentro de la industria del disco: Tamla-Records, quienes, siguiendo las directrices de Berry Gordy, como fundador, logran establecerse como uno de los sellos más importantes de la época, ostentando el nombre que hoy en día les ha dado fama mundial: Motown Records.
Sin embargo, para la época, Motown tenía un issue gigante. El éxito para un público masivo, como el que aspiraría cualquier empresario, implicaría hacer que sus artistas, la mayoría (por no decir que todos), de color, tendrían que adoptar los modos, maneras y hasta el look de este público al que querían llegar. Eran tiempos en los que, por más fuerte que esto suene, estabas obligado a cambiar si querías que tu música llegara a un público mayor.
Elvis fue un golpe de suerte en esto de llegarle a un público mayor; mientras que para muchos de los talentos de Motown se trataba de un caso de “supervivencia del más apto”.
Del otro lado del Atlántico y unos cuantos años más tarde, 1963, para ser más específicos, estalla un fenómeno mediático conocido como “Beatlemania”, ubicado históricamente junto a la publicación del primer disco de los cuatro de Liverpool, “Please, Please me”.
Se cree que, entre las primeras directrices de Brian Epstein con el cuarteto, estuvo la de una configuración perfecta de características para cada uno de los muchachos, con el fin de abarcar diversos perfiles entre su público: “John sería el chico inteligente, Paul el tierno, George el callado/tímido y Ringo el alma de la fiesta.”
Este es un error común en la historia del cuarteto. Estas características, tal y como señalé al comienzo de esta columna, fueron producto de la casualidad y exaltadas por la prensa del momento como una mera estrategia de Marketing.
Recordando nuestra columna anterior, una de las cosas que le llamó la atención a Epstein al momento de conocer a la banda, fue justo el carisma nato de cada uno de sus integrantes que, en dado caso, afloraría con los años sin la necesidad de asignarles la etiqueta de “inteligente, tierno, callado o hiperactivo”.
Sobre esto, resaltó en un momento, George Martin, productor: “Lennon era el alma de los Beatles, Harrison era el espíritu, Paul el corazón y Ringo... Ringo era el baterista”. ¿Cuánta diferencia entre ambas visiones, la de la prensa y la de alguien que trabajó con la banda, no?
De ambos ejemplos, es mucha la historia que hemos vivido y, no es mentira que hubo una época, entre los 90’s y los 2000’s, donde pareciera que tomar en cuenta el factor personalidad era clave para hacer que un proyecto musical fuera POPular y por ende, exitoso.
Hoy toma un papel clave el preguntar ¿qué tan auténtica es la persona detrás de la banda? Curiosamente, mientras más auténtica sea, más conexión logrará tener con su público objetivo. Dicen por ahí: es que tiene onda, tiene alma.
Nuevamente, la decisión de qué y cómo hacer para que ese proyecto que tienes en mente funcione está en tus manos. Tienes, como en la Caperucita Roja, un camino largo y un camino corto por los cuales podrás circular. Toma la historia como referencia, como aprendizaje y saca tus mejores conclusiones para actuar.
Esperamos ver lo mejor de ti al escuchar la famosa tercera llamada, ojalá no nos defraudes.