. Quarter Rock Press - Buscando a los Big 4 - Parte 1
 
 
   
Buscando a los Big 4 - Parte 1 FOTOS: TOMADAS DE INTERNET

Buscando a los Big 4 - Parte 1

IVÁN NIEBLAS 'EL PATAS' - Periodista y locutor de Reactor 105-7 FM y Convoy

(ivannieblas)

 

Hace seis años, el 23 de Abril, se realizó uno de los más grandes eventos para los amantes del Metal. Las cuatro bandas que crearon y popularizaron el Thrash Metal, tocaron juntas por primera vez en la historia. Las actividades del mortífero cuarteto comenzaron en tierras europeas y ahora le tocaba el turno al continente americano. Ver en el mismo cartel a Metallica, Slayer, Megadeth y Anthrax era un evento que desde luego jamás sucedería en México. Por lo tanto hubo que emprender el viaje hacia Indio, California, donde se celebraría este encuentro histórico.

Desde luego, si uno va hace un viaje sólo para asistir a un concierto, lo más práctico sería pasar algunos días extras además el evento principal, para aprovechar la vuelta. Así que previamente había acordado con una amiga que pasaría algunos días en su casa, ubicada en Long Beach, a quien además le había enviado mis empobrecidos pesos para que comprara mi boleto para el evento, y hasta preparado un buen playlist en el iPod para el camino. Todo sonaba de maravilla.

Para quien lo haya hecho, sabe sobre el infierno que representa salir del país. Para los primerizos, es una terrible noticia enterarse (a medio vuelo), que había que traer una pluma para llenar cuentas y demás papeleos migratorios. Las azafatas parecen no prever que en estos tiempos, un bolígrafo es una reliquia, casi como las máquinas de escribir.

Desde el aire, Los Ángeles no luce muy diferente de Tlalnepantla o Cuautitlán Izcalli. Al llegar al aeropuerto LAX, de noche, me doy cuenta que son los inmigrantes quienes están trabajando el turno nocturno, el último de la jornada. Orientales, armenios, afroamericanos y los infaltables chicanos.

Las cosas comienzan a ser distintas en tierra, las diferencias saltan a la vista, comenzando porque es una señora quien maneja el autobús a la media noche, algo que es impensable en México.

Por alguna extraña razón, mi anfitriona, digamos que se hizo ojo de hormiga y nunca llegó a recogerme donde habíamos convenido. Inútil llamar a su celular, no había respuesta. Así que tuve que recurrir desesperadamente a otra amiga, Brisa López, quien pasará por mi a Union Station, en el centro de Los Angeles.

Como todo chilango (con maletas y en un parque desolado) uno tiene un sexto sentido alertando sobre cualquier posible peligro. Temo que los homeless que comienzan a surgir de todos lados, me asalten o crean que les quiero quitar su pedazo de territorio. En verdad son como zombies: caminan lentamente, cubiertos de cochambre negro, ropa desgarrada y cada vez son más numerosos. Simbólicamente, un cuervo (o al menos eso parece) se posa sobre un árbol encima de mi cuando siento que mi fin ha llegado. Sin embargo, milagrosamente cinco patrullas hacen acto de presencia. Nunca me había sentido tan seguro y alegre de ver a la policía.

Al fin llega Brisa en su auto y pasamos por el tristemente celebre sector del Skid Row, donde decenas de homeless y pandillas de negros y cholos, toman el control de las calles en cada esquina del cuadrante. Vamos rumbo a South Pasadena, donde las casas son como en las series y películas gringas: pasto bien recortado al frente, los porches adornados con sillas, columpios o banderas gabachas. Brisa me advierte sobre la proliferación de zarigüeyas, ratas, tejones y coyotes que merodean los alrededores y que atacan perros en el parque Rose Bowl. No vi ninguno, pero a cambio tuvimos una especial cena vegetariana con verduras rostizadas.


Día 2

Al día siguiente, Brisa tiene que ir a trabajar, así que me deja en downtown L.A., la parte mas vieja de la zona, es como el centro del D.F. pero todo tiene una sensación como set de película. Gente de todos colores y tamaños, muchos orientales y negros, los cholos are very scary, nadie sabe lo que escondan debajo de sus holgadas ropas.

Los homeless de anoche han desaparecido misteriosamente. Ahora sólo se ven oficinistas, muy bañados y perfumados. Frente al edificio enorme donde se encuentra el centro comercial Macy's hay un pequeño lugar: el Maries Café. Puedes pedir un sándwich de pavo, jugo de naranja en botella, papas fritas y café chico, por 9 dólares. Parece mucho por un simple sándwich pero el pavo es excelente y viene acompañado por generosas raciones de cebolla morada, lechuga, tomate y aderezo de cilantro. Marie's no me deja ir, son las 12 día y el lugar comienza a llenarse de chicas preciosas, cada vez más. Me informan que a unas cuantas calles hay una escuela de moda y belleza. Temo enamorarme y nunca salir de aquí. Las chicas comen ensaladas acompañadas de Cheetos y agua natural.

En la calle, encuentro a un negro gigantesco con abrigo, sombrero, anillos dorados en todos los dedos y un enorme habano encendido, parece de salido de un comic de asesinos seriales. En todas las banquetas hay pintadas líneas rojas, indicando que no te puedes estacionar o cruzar por ahí. Otra cosa increíble: ¡el peatón tiene prioridad!, todo es muy funcional. Hay accesos para gente en silla de ruedas en todos los edificios y transportes, los camiones tienen un rack en la parte frontal en el que cargan bicicletas de los usuarios.

De igual forma hay cámaras por todos lados, es inevitable no sentirse vigilado. Incluso si uno necesita escupir se siente desconcertado de si estará mal y alguien llegará a multarlo. No es exageración, hay ojos en todos lados. Me habían advertido que no cruzara las calles a la mitad, como en México, sino que tenía que hacerlo en las esquinas, aún cuando no hubiera autos por la calle. Claro, pensé que era una total exageración y cuando estaba a punto de hacerlo, alguien más se me adelantó y cruzó la calle. En cuestión de segundos llegó un policía, en bicicleta, y procedió a detener y multar al atrevido peatón. Buena forma de advertírmelo.

Hay un mercado en el centro, muy parecido a cualquier mercado mexicano: hacen limpias, burritos de lengua, venden chiles, piloncillo, nopales, comida vietnamita, y carnitas estilo Michoacán. Un puñado de latinos se arremolina frente a una tienda de instrumentos, en la pantalla suena una ranchera que quizás les recuerda el terruño olvidado.

Voy al parque en Pershing Square donde hay tianguis. Varias personas toman el sol echados en el pasto. Los puestos ofrecen comida griega, flores, pan casero. Un puesto llamado Zen Monkey ofrece el “Best Breakfast Ever”, que consiste en muffins de blueberry, betabel y verduras varias. Hay otro puesto de homeboys atendido por batos rehabilitados de pandillas que han estado en la cárcel.

No he visto a una sola persona con el pelo largo, pensé que en Los Ángeles me encontraría muchos hard rockeros atrapados en los 80. Más tarde, estoy en Chinatown. A la entrada del famoso barrio oriental, hay dos dragones en dos columnas, los cuales representan la longevidad y la prosperidad, así que al pasar por debajo del arco que flanquean, se supone que algo de ellas se transmite a uno.

Desde luego hay muchas tiendas que venden mil pendejaditas inútiles y locales de masajes o acupuntura. Un local anuncia la venta de animales vivos (eat fresh! dice el letrero). Otros locales rebosan de ofertas culinarias como los lechones rostizados y laqueados. El olor del pato laqueado es seductor y de inmediato entro a Lucky Dely, cerca de la esquina de Ord y Broadway. Es día de oferta: plato de comida por 1 dólar. Me dan una generosa ración de arroz y un puñado de carne de pato que es una de las 7 maravillas del mundo.

Continuará...

 

 

Corona

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