IVÁN NIEBLAS 'EL PATAS - Periodista y locutor de Reactor FM y Convoy
(@ivannieblas)
DIA 3
Brisa tiene que salir de la ciudad. Y como mi anfitriona sigue sin aparecer, tengo que recurrir a otros amigos, Stephanie y Marco, quienes viven en Long Beach y muy amablemente me reciben en su hogar. En la bahía hay plataformas petroleras pero están disfrazadas de pequeños islotes (con palmeras y toda la cosa), para que los ricos no se sientan “ofendidos estéticamente” según me explica Stephanie. Por las calles de esta zona hay muchos bares que abren desde temprano. Voy a la playa donde hay parapentes con los que varios aventurados surcan las olas del mar. También hay carreras de veleros y pasa a mi lado un desfile de gente en bicicleta con pelucas extravagantes. La gente es muy amistosa y te saludan a la menor provocación. Extrañamente la frase más recurrente que me han dicho es “yo también tuve el pelo así de largo”.
Por la tarde noche Stephanie y Marco me llevan a The Pike, un bar propiedad de Chris Reese, baterista de Social Distortion. La selección musical es excelente: Misfits, The Runaways, Black Flag, Bad Religion, Iggy Pop.
En el lugar hacen un excelente fish & chips: 3 filetes de pescado robustos, largos y extremadamente fritos, acompañados de un magno dip de ajo, ensalada de col y chingos de papas de las cuales ¡hay refill!. Para beber, Marco me recomienda la Downtown Brown, una cerveza oscura y olorosa que cuesta $5 dólares el vaso, así que mejor pedimos una jarra por $14 verdes. Oficialmente I love America.
DIA 4
Marco se va a trabajar muy temprano y ofrece a dejarme en Santa Monica Beach. De ahí yo puedo recorrer a pie toda la playa hasta llegar a la legendaria Venice Beach.
El clima es de lo más desquiciante. El sol quema y el aire congela. Así que mi sudadera me cocina y abriga al mismo tiempo. Huele a brisa marina y las gaviotas suenan tal cual como en las películas y series. Por toda la calle hay baños portátiles que dicen “Our Clients Go 1st”. En su interior indican que hay un baño por cada 10 personas y tienen capacidad para ser usados durante 40 horas continuas. Cosas del primermundismo.
Hay mucha gente corriendo. Chicas acompañadas de canes de todo tipo. Los mamados se ejercitan (of course) en Muscle Beach. Los homeless juegan ajedrez con los turistas y otros grupos de chicas hacen pilates y yoga. No hay absolutamente nadie acosándolas. Ni siquiera una rubia despampanante, con escote pronunciadísimo, es objeto de silbidos, piropos, ni miradas lascivas.
Esto es Venice Beach. Sobre esa misma arena y frente a este mismo mar tuvo lugar el mítico encuentro entre Ray Manzarek y Jim Morrison que daría inicio a la formación de The Doors.
El skate no ha muerto en esta área. Las empinadas calles simulan rampas sobre las que pueden seguir patinando. En la playa hay un skate park donde los jóvenes pueden hacer mil piruetas sin problema alguno. Llama la atención que son extremadamente respetuosos entre ellos. Nadie pelea por lanzarse al foso, todos esperan pacientemente su turno.
Mientras eso sucede me doy cuenta que estoy rodeado de unas enormes gaviotas del tamaño de un perro (¡en serio!). Estoy pasmado por su enormidad y me siento como en película de Hitchcock. Así que sigo caminando por la playa. Venice es similar a lo que solía ser Coyoacán. Hay muchos músicos callejeros quehacen sonar guitarras en pequeños amplificadores, pero no tocan canciones, simplemente improvisan. Hay un negro con sombrero como el de The Cat in the Hat, que improvisa rimas. Desde luego, hay muchos jipis y rastudos que fuman mota en pipas enormes. Uno de ellos me llama la atención, su piel más que negra es casi azul/morada y trae un saxofón miniatura, que no toca, sino que usa como pipa descomunal. Nota mi atención y de inmediato me ofrece la pipa/saxofón, procede a encenderla y le doy una gran bocanada. Todo esto me puso en el mood perfecto para continuar chachareando y recorriendo la playa.
A cada paso hay una sorpresa. Una iglesia judía al lado una tienda de artículos sudamericanos. También chingos de locales de playeras de Rock. Proliferan dispensarios de marihuana, donde “doctores” te “evalúan” y “diagnostican” que el remedio para tus males es fumar una mota a la que llaman Kush. Algunos punks aparecen y escuchan detenidamente a un pianista jipi. Sorpresivamente en toda la playa no hay basura, todos respetan los letreros y los que no lo hacen, son evidentes turistas.
Se va desvaneciendo el efecto de la pipa/saxofón y el hambre apremia. Los sitios para comer en Venice son caros, pero encuentro The Cow's End en Washington Blvd. Ofrece buenos sándwiches con ensalada por $7 dólares, además de croquetas para perro, así los canes pueden permanecer en el lugar con sus dueños.
DIA 5
Hay que hacer la obligada visita a Sunset Boulevard, cuna del Rock Angelino. La primera parada es en el legendario Rainbow Bar & Grill, porque seguramente ahí estaría Lemmy (Dios) Kilmister y es algo que no se puede dejar pasar. Hay un cover para entrar al lugar, $9 dólares, los cuales se abonan a tu cuenta de comida o bebida. En el menú hay platillos desde $20 a $80 dólares. Sin embargo, Lemmy es lo único que importa, así que antes de pagar por entrar pregunto si está ahí dentro. El hostess responde que justo se acababa de ir de gira, pero el día anterior estuvo ahí. Una verdadera desgracia.
Unas calles más adelante hay show en el no menos legendario Whisky a Go Go. La cerveza Samuel Adams a $6 dólares. Te la sirven TIBIA en vasitos de plástico y sabe horrible. Una banda de adolescentes sobre el escenario. Hay 4 guitarristas y aún así tocan un Metal genérico de güeva. Sólo sus papás, tíos y yo los estamos viendo. Todos tienen el pelo corto. Eso sí, el audio es de primer nivel, de banda profesional. Lástima que suenan como Magneto fingiendo ser metaleros. La siguiente banda es un grupo de chavitos thrasheros que se ven como el viejo Anthrax. Con ellos llega más gente, muchas chavitas, quienes no se asustan y entran al slam a repartir madrazos a los machines. El grupo no toca muy bien pero tiene actitud.
Ahora hay música en el sonido local y aparecen 4 Go-Go dancers quienes se contonean al ritmo del Metal. Todas están buenísimas y guapísimas. Hay una morena muy alta que baila en un oscuro rincón donde muy es difícil verla, pero ella hace su trabajo y oscila su cuerpo como si la estuvieran observando miles.
Otra banda se apodera del escenario, MX Machine, quienes informan al público que hace 20 años eran muy populares en California. De inmediato se notan las tablas, pues tocan perfectamente bien y la gente parece estar genuinamente interesada en su Thrash Metal ochentero. El plato fuerte de la noche son los Deathriders, comandados ni mas ni menos que por Neil Turbin, quien fuera el primer vocalista de Anthrax. Desde luego, ofrecen mucho material del álbum Fistful of Metal y hacen que esa Samuel Adams tibia sepa menos gacha.
DIA 6
Han pasado seis días y mi anfitriona definitivamente ha desaparecido. Faltan unas horas para el show y no tengo boleto. En este punto es necesario que me adelante al final de esta aventura, pues luego descubrí (por terceras personas) que mi “amiga”, había estado pidiendo dinero prestado a todo mundo (o se ofrecía a comprar boletos como en mi caso) y luego inexplicablemente enfermó de cáncer y murió. Desde luego, su mortal enfermedad era falsa, pues luego reapareció en redes sociales cambiando constantemente de cuentas, fotos y personalidad.
En fin, había que actuar rápido. Ticketmaster no tiene boletos en línea pero sí en taquilla. Así que hay que tomar camino hacia Indio. Durante 2 horas, fuimos atravesando las planicies californianas, en las que suenan desde el iPod rolas de Pat Benatar, Stevie Nicks, The Moody Blues, los B52’s, Ace Frehley, Suzi Quatro y Earth, Wind & Fire, contemplando las montañas y las decenas de torres de energía eólica a la altura de Idyllwild. Hemos arribado. También acá hay revendedores. Un morenazo ofrece un boleto a precio ridículamente barato e incluso te da una “tarjeta de negocios” en caso de que le quieras reclamar. Desde luego, nadie cae en su transa. Sí hay boletos en taquilla pero un camarada latino, que viene con su hija, decidió no entrar así que le ofrezco comprar su boleto, muy amablemente me acompaña a los torniquetes y una vez escaneado, toma mis dólares y se despide muy efusivo.
El concierto se lleva a cabo en un campo de polo enorme. Es una descomunal congregación de Rock, se vive, se respira por todos lados. Es como un mega video metalero de los 90. Conforme avanzo entre la gente veo a Rikki Rockett, baterista de Poison, que tras los excesos ya se parece más a Charly Montanna. En una carpa se encuentra el famoso locutor y conductor de That Metal Show, Eddie Trunk, firmando el libro que acaba de lanzar, la fila es interminable, aún bajo los rayos del sol calcinante.
Además de muchos puestos que ofrecen bebidas y comida, en otros se ofrece la mercancía oficial. A $35 dólares las playeras oficiales y comienzan a desaparecer rápidamente. Hay una gran cantidad de chicas, incluso podría decir que superan en número a los hombres.
Todo está listo para que las 4 bandas más grandes que literalmente dieron vida al Thrash Metal, toquen juntas por primera vez en tierras norteamericanas (aunque Slayer, Megadeth y Anthrax ya habían girado en el Clash of the Titans, hacía falta Metallica para cerrar el círculo)
Aún es de día y el sol cae a plomo cuando aparece Anthrax sobre el escenario. Un set corto, apenas 10 rolas pero con un audio potente, que sorprendentemente en cualquier punto del enorme campo se escucha perfectamente bien, pues estamos rodeados con varios equipos de audio, colocados estratégicamente para que nadie deje de escuchar el concierto.
Anthrax hizo lo que sabe hacer bien, conectar con el público, Frank Bello, Joey Belladona y Scott Ian son verdaderos imanes de los cuales es imposible apartar la mirada, mucho menos no sentirse obligado a corear en los momentos precisos de canciones tan emblemáticas como “Caught in a Mosh”, “Got the Time”,
“Madhouse, “Smong the Living”, “Antisocial”, “Indians”, la sorpresiva “Fight’em ‘Til You Can’t” (que entonces aún no aparecía el nuevo álbum, Worship Music), “A.I.R.” del Spreding the Disease, “Metal Thrashing Mad” e “Indians”.
Todo está listo para que aparezca Megadeth. A diferencia de los conciertos europeos, esta vez la lluvia perdonó a Mustaine y compañía, quienes inician con “T.R.U.S.T.” e “In My Darkest Hour”. Cuando llegan “Hangar 18” y “Wake Up Dead” es inevitable que se arme el slam. En el moshpit hay muchos tipos enormes, de más de 1.80. El polvo se levanta en el vertiginoso círculo que se arma al compás de los riffs. Particularmente hay dos tipos descomunales, ultra musculosos. Saben bien que entre los otros no hay rival, apartan a varios con sus brazos como si fueran palas mecánicas, y se enfrentan como si fuera la Mole contra Hulk.
Megadeth continúa su set. Mustaine luce una espectacular guitarra de cuello doble, con la cual comparte riffs junto a Chris Broderick. Eso es lo que sucede cuando una chica de ojos azules, bronceada, con bikini y shorts se para junto a mi y me hace la plática. Piensa que Slayer ya tocó pero le digo que son los siguientes. Cuando creía que tendría algo de acción, ella se voltea y le notifica a sus amigos lo que le dije. Resulta que viene con una gran pandilla de bikers, cuyo líder (chaparrito, más que ella, barbón pelirrojo y pecoso) es su güey. Me saluda muy amablemente y no puede creer que haya ido desde México sólo a este show, no pueden creer que un show de este calibre jamás sucederá por allá. Pienso que se está mostrando amable y a continuación me va a acuchillar, pero me ofrece una cerveza refrescante que necesitaba mucho en ese momento.
Nadie brinca, nadie grita “hey, hey, hey” o los conocidos coros futboleros. Todos están atentos a la banda. Voltean a verse y por momentos hay algunos que se miran y se ríen como Beavis & Butthead. El cierre del show de Megadeth llega con “Symphony of Destruction”, “Peace Sells” (donde aparece su mascota Vic Rattlehead) y “Holy Wars”.
Mis nuevos “amigos” bikers son fans de Slayer y me invitan a que vaya con ellos para estar cerca del escenario. Bueno, más que invitarme, prácticamente me arrastran con ellos, abriendo paso a empujones y nos colocamos a unos cuantos pasos de la barrera que separa la zona VIP de la general, pero la vista es muy buena. Mientras esperamos que salga Slayer, siento que me toman por el brazo y me giran. Resulta que la chica biker tiene ganas de orinar, pero no va a nadar entre la gente para llegar al baño portátil, así que todos los bikers forman un círculo, mientras ella muy quitada de la pena se baja los shorts y suelta un abundante chorro de orina que es absorbido por la arena. No sé si mirar descaradamente o fingir que otra cosa llama mi atención. Opto por lo segundo.
El sol comienza a dar tregua cuando por fin aparece Slayer en la tarima. Suenan los riffs de “World Painted Blood” a la que sigue “Hate Worldwide”. De nuevo se desata el slam, hay punks, skinheads, thrashers, tal como si fuera video de Headbangers Ball. Cuando llega el turno de “War Ensemble” se desata el caos.
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Muchos intentan derribar la barrera metálica y la seguridad tiene que intervenir para reforzarla. Sin embargo, muchos “vuelan” sobre ella, aunque del otro lado hay otro equipo de seguridad que los “cachan” y llevan fuera de la sección. No hay tregua con Slayer, una tras otra desatan una avalancha de canciones demoledoras. “Postmortem”, “Raining Blood” ligada con “Black Magic”, “Dead Skin Mask”, “Silent Scream” que reaviva el moshpit y alcanzo a ver a un par de chicas, las cuales giran en sentido contrario a todos los demás, soltando golpes a todo el que se atraviesa, hasta que son arrojadas fuera del violento círculo.
Hasta entonces, Gary Holt de Exodus, se había unido a Slayer de forma temporal, mientras Jeff Hanneman se recuperaba de una grave lesión provocada por el veneno de una araña. La ausencia del rubio guitarrista, quien junto a Kerry King y Tom Araya es uno de los puntos focales de la banda, representaba una gran decepción en un evento tan significativo como este.
Sorpresivamente, para el final de su show, el propio Jeff Hanneman apareció en el escenario para tocar junto a sus compañeros. Llevaba cubierto su brazo lesionado y la gente lo recibió con un estruendoso rugido, que fue el mejor preámbulo para que sonara “South of Heaven” y “Angel of Death” (con un prolongado solo de doble bombo que desató los gritos de la concurrencia), cerrando así una actuación contundente. Nadie se imaginaba que esa sería la última vez que Hanneman tocaría con Slayer, pues falleció dos años después, el 2 de Mayo de 2013.
Sorpresivamente mucha gente comenzó a retirarse. Otros simplemente iban a los stands de playeras o a comer algo para reponer las energías gastadas. El alimento más socorrido es una enorme pizza casera que se oferta por $7 dólares. El cambio de público es muy notorio. Si bien con Slayer estaban los tipos más rudos, la gente que iba a ver a Metallica en su mayoría eran adultos acompañados de sus hijos adolescentes.
El frío comenzaba a hacerse presente gracias al aire frío que se paseaba por todo el campo de Polo cuando Metallica dio inicio a su show. Debe decirse que su actuación fue muy rutinaria, tal y como lo hace un artista grande que ya tiene un show preestablecido: la intro de Morricone, “Creeping Death” para poner a la gente a calentar, ligada de “For Whom the Bell Tolls” con el mismo fin. Desde luego, las canciones surten efecto y la gente está feliz, las enormes pantallas complementan lo que está pasando en el escenario.
Grandes columnas de fuego emergen cuando arranca “Fuel”, cosa que siempre me pregunto si a Hetfield le despierta, concierto a concierto, su accidente en Montreal. Luego de “Ride the Lightning” y “Fade to Black” proceden a presentar un par de temas de Death Magnetic, el disco que están promocionando entonces, “Cyanide” y “All Nightmare Long”.
El slam ha desaparecido, las cámaras de los celulares que hasta entonces habían estado ausentes, ahora hacen acto de presencia. James Hetfield pareciera que está teniendo problemas con el frío y el polvo que vuelta. Incluso Lars parece equivocarse en algunas ocasiones o al menos se nota que le está costando trabajo mantener el ritmo. Todo esto se soluciona con “Sad But True”, la cual les permite tomar un respiro, para luego arremeter con “Welcome Home (Sanitarium”, ligada con “Orion”, completa, lo cual representó toda una novedad. Era lo más cercano a ver a Metallica en 1989.
Es así que una a una fueron sonando las canciones hacia el final de un largo día de Metal. “One”, “Master of Puppets”, “Blackened”, “Nothing Else Matters” y “Enter Sandman”, durante la cual ya los fans habían hecho una enorme fogata en la cual procedían a incendiar sus playeras y las hacían girar sobre sus cabezas. Fue un momento peligroso, pero a la vez emocionante para el público.
El encore fue el broche de oro de este show: 17 dioses metaleros se unirían sobre el escenario. Ahí estaban miembros de todas las bandas, conviviendo, saludándose, empuñando sus instrumentos, olvidándose por unos minutos de la rivalidad. “Am I Evil” de los británicos Diamond Head fue la elegida para dejar patente quienes son los cuatro grupos más grandes del género. Al finalizar el tema, uno de los momentos fotográficos fue cuando Hetfield y Mustaine, alguna vez compañeros de banda, se abrazan brevemente.
Todavía Metallica hace sonar “Hit the Lights” y “Seek & Destroy”, sellando así este día histórico. Un día memorable sin duda pero ya todos estamos cansados, asoleados, deshidratados y hambrientos, por lo que vagamos entre las luces y la arena en busca de la salida para llegar al confort y en mi caso, regresar al día siguiente a la Ciudad Monstruo.