Hay actitudes fingidas y habituales en el mundo de la música que siempre me provocan un poco de asco. Los raperos, por ejemplo, alardean tanto de sí mismos que superan líricamente el más absurdo de los ridículos. En el Rock, la endogamia y el ego de muchos músicos raya el espanto. Hasta el elitismo del jazz y sus mas cultos interpretes puede llegar a dar auténtica grima. Ahora bien, ¿por qué somos tan intolerantes?  La música, hoy más que nunca es espectáculo. Y para dar espectáculo los músicos se transforman en actores que representan personajes disparatados y que, sin embargo, terminamos endiosando: Así nacen las poses.

Pocas veces (nunca) he estado en una fiesta con música de mi agrado y no por eso he dejado de celebrar. El fin de semana, subí un video a internet bailando feliz en la boda de una amiga. A juzgar por los comentarios de la publicación, la inclinación rockera me obliga a tener licencia de aburrida antisocial, incapaz de divertirse y mucho menos compartir. Lamento decepcionar al nazismo guitarrero, pero yo bailo de todo.

Es muy difícil poder tener criterio propio sin ningún tipo de influencia externa. Por suerte, son poses que deberían superarse a los 15 años. Partiendo de un punto lógico, es evidente que cada género tiene oyentes de todo tipo y condición, pero abundan los que se muestran convencidos de que su música predilecta es indiscutiblemente mejor que la que escuchan los demás. Y aunque sea una simple cuestión de desconocimiento o ignorancia, no deja de ser síntoma preocupante de nuestras carencias en el terreno cultural. Incluso en el personal, pero eso es otro cantar.

Del mismo modo, sentí pena ajena del DJ, tieso como una vela, soltando temas, repitiendo canciones, una tras otra. Todos y cada uno de los hits que no pueden faltar en cualquier boda que se respete. “Perdona”,  le dije cuando la noche ya había avanzado lo suficiente como para que solo quedaran 5 borrachos de pie: “¿Puedes sonar algo mas clásico? No sé, The Who…” Luego de teclear en el ordenador que lanzaba las canciones me miró extrañado diciendo: “¿Los quién?”… Me reí como nunca con su traducción involuntaria, él siguió mezclando.

Creo que para ser DJ y cobrar por ese trabajo hace falta saber algo de música, pero para prender una fiesta hasta el amanecer, no tanto. Por eso, conserva en tu biblioteca bandas que te estimulen el cerebro y cuando andes de farra, solo disfruta, sin misterio ni mojigatería. ¡Gracias Internet! Por formar a mi generación, porque como ven, yo también soy todo lo que critico.